viernes, 9 de enero de 2015

Arendt y la oratoria


Hannah Arendt (Hannover, 1906-Nueva York, 1975), una de las principales teóricas de la política, estudió cómo la política no ha existido siempre, sino en unas pocas grandes épocas. El sentido de la libertad en la Grecia antigua estaba unido a la polis —ciudad Estado—  que surgió para asegurar la permanencia de la grandeza de los hechos y palabras humanos. Dentro de ella se podía ser libre y esta libertad tenía que ver con una concepción del hablar en presencia de los otros y con base en un trato entre iguales en la publicidad del ágora.

La práctica de la oratoria ha tomado nuevos bríos en los últimos años. Es tradición que en el nivel básico de educación se realicen concursos de oratoria para estimular a los niños a vencer el miedo de hablar en público. Sin embargo, el mayor mérito que tienen es interesarlos en defender una postura frente a un tema cumpliendo con al menos tres fines esenciales: el discurso tiene que convencer, deleitar y conmover al público. 

En la secundaria, que cursé en la “Moisés Sáenz”, mi profesor de historia universal me convenció de participar en el certamen conmemorativo al natalicio de don Benito Juárez. En la Cámara de Diputados de Oaxaca que en 2002 todavía se ubicaba a una cuadra de donde estudiaba, diserté un discurso del que ya no recuerdo el tema; de lo que sí me acuerdo fue de la impresión tan especial que me llevé por haber hablado delante de gente que por entonces consideraba muy importante aunque la mayoría de asientos del recinto legislativo, a decir verdad, estaba vacía.

Desde los cuatro años conocí a un amigo que creció conmigo y al que también interesaron los concursos, primero, pero después el quehacer de la oratoria como una tarea de alcances más amplios. David García Pazos dirige desde hace tres años la Academia de Oratoria “Hablando el Corazón” con una participación cada vez mayor de niños y jóvenes, alumnos de las principales instituciones educativas de la ciudad de Oaxaca.

¿Para qué una escuela de oratoria hoy?

Pesa sobre los oradores el juicio de que sus palabras son tan cambiantes como el viento. Y esto se debe, en parte, a la mala fama que han tomado los concursos que deberían de prestigiar este arte. Ante la realidad de que los discursos sirven para ganar dinero y hacerse de un reconocimiento público nada más, inculcar el deseo de expresar las opiniones propias sin miedo a ser rechazado y con mejores posibilidades de ser escuchado, es una tarea extraordinaria. No solo porque motiva a los niños a decir lo que piensan sobre temas que parecen velados a sus ojos, sino porque los forma con base en valores como la libertad y el respeto.

Arendt señala que: “Uno de los elementos más notables y estimulantes del pensamiento griego era precisamente que desde el principio, esto es, desde Homero, no existía una tal escisión fundamental entre hablar y actuar, y que el autor de grandes gestas también debía ser orador de grandes palabras —no solamente porque las grandes palabras fueran las que debían explicar las grandes gestas, que, si no, caerían, mudas, en el olvido sino porque el habla misma se concebía de antemano como una especie de acción”.

Considero que sigue sin haber tal escisión. Hablar y actuar son acciones complementarias. Sobre todo actualmente estamos urgidos de congruencia entre ambas. Por eso es un error relacionar la práctica de la oratoria a la realidad política en la que se ha enraizado la demagogia, por eso el discurso político debe ser estructurado con argumentos y si es posible con la retórica mínima, no vaya a ser que tantas palabras le queden grandes a tan pocas gestas.

En el último aniversario de “Hablando el Corazón”, los alumnos presentaron un performance al lado del Coro de la Ciudad de Oaxaca. El teatro “Alcalá” lucía majestuoso por la fuerza de las voces de los niños sostenidas por la música; una polifonía que recordaba los mejores tiempos del recinto afrancesado que mandó construir don Porfirio Díaz en el corazón de la Verde Antequera.

El teatro tiene en la tragedia griega uno de sus pilares. La convicción fundamental de ésta, según Arendt, es: “Que hablar sea en este sentido una especie de acción, que la propia ruina pueda llegar a ser una hazaña si en pleno hundimiento se le enfrentan las palabras”.

A la clase política del país le falta oratoria, pero aun a la sociedad civil mexicana, que en su despertar está llamada a realizar hazañas en la misma medida que esté dispuesta a enfrentar la crisis con palabras, no solo precisas sino también bellas.


Ahí tenemos un buen ejemplo con la academia de David.

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