La crisis institucional
que vive México tiene sus caras más cínicas en que un presidente municipal
mande desaparecer a un numeroso grupo de normalistas, que nadie asuma la
responsabilidad de haberlo puesto como candidato y que ante el desasosiego y
profundo pesar de los familiares y la sociedad en general las autoridades den
respuestas poco certeras y tardías sobre lo que en verdad sucedió.
El “ya me cansé” del
procurador Jesús Murillo Karam ha sido retomado como lema de la protesta
ciudadana que a través de internet y manifestándose en las calles de varias
ciudades del país expresa su hartazgo por la impunidad que prevalece en México
aun cuando el proceso de transición democrática supuso un cambio de 180 grados
en esa lógica de que los corruptos pueden mantenerse en sus puestos por encima
de la voluntad popular.
Frente a lo horrendo
del crimen de Ayotzinapa, lo que está de por medio es la capacidad de las
autoridades de brindar seguridad y procurar justicia a la población en general,
lo cual en este caso, de no haber sido por la movilización ciudadana y la
presión internacional, probablemente no se hubiera esclarecido pues
evidentemente no se logró. Entonces nunca habríamos sabido qué pasó en realidad
con los 43. El tema se habría olvidado como muchos ya olvidaron el tema de las
fosas descubiertas en San Fernando, Tamaulipas, durante el sexenio de Felipe
Calderón y donde había restos de al menos trescientas personas.
Hoy se habla de un
nuevo 68’ porque fue el Estado el responsable de la muerte de estos jóvenes. En
el contexto de violencia que azota a buena parte del país, la colusión de
policías municipales y sicarios del crimen organizado no es nada nuevo, pero
acaso sí un signo de la debilidad institucional que persiste después del
regreso del PRI a Los Pinos, que se propuso generar una nueva narrativa del
problema de inseguridad planteada desde la tesis de que sacando de las primeras
planas la sangre y el fuego las cosas cambiarían.
No solo no cambiaron, sino
que le estallaron en las manos al gobierno federal. Ahora no solo debe dar
respuesta final a lo que sucedió en Guerrero con la desaparición de los
normalistas, también debe enfrentar el descontento de un sector de la población
que se manifiesta libremente en contra de los excesos y que ahora tiene en el
tema de la casa de los siete millones de dólares del matrimonio presidencial un
motivo más de indignación, que esta vez parece no ser pasajera.
Las sociedades maduran
en la medida que son capaces de frenar los excesos de sus gobernantes. Cuando
estos no se sienten seguros de cometerlos no hay lugar para la corrupción e
impunidad. El cansancio debe de ser, después de todo, un buen síntoma de esa
madurez, tomando en cuenta que la mayoría está más cansada de las injusticias
que quienes tienen la encomienda de evitarlas y no lo hacen.
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