Desde mayo el zócalo de la ciudad de Oaxaca fue
escenario de un plantón de los trabajadores de la Sección XXII del SNTE. Apenas
dos días antes de la celebración de la “Noche de Rábanos” se acordó el
levantamiento de esta singular forma de manifestarse. Durante siete meses la
principal plaza de Oaxaca fue tianguis de ambulantes que vendían desde
piratería hasta fritanga.
El plantón es la peor forma de manifestarse. En primer
lugar quienes lo hacen no ganan nada con ir a perder el día debajo de un árbol
o encerrados en sus casas de campaña. En segundo lugar provocan pérdidas al
comercio formal y ganancias al informal. Es decir, se promueve lo contrario al
reclamo: No pagar impuestos, cuando parte de los impuestos repercute en el
aumento de su salario. Y en medio la duda de quién permite que los puestos
ambulantes se establezcan; quién cobra y de qué manera el privilegio de vender
en el lugar más turístico de Oaxaca.
El plantón no es legítimo para la sociedad oaxaqueña
que merece disfrutar el bien público que es el zócalo, pero sí lo es para los
manifestantes que lo consideran útil para que se cumplan sus demandas. Sin
embargo, el cumplimiento de los justos reclamos no depende de poner en caos al
lugar más representativo de la vida social de Oaxaca.
. Veamos, si una de sus
demandas es la renuncia del presidente de la república, ésta jamás derivará de
la inmovilidad de un plantón en un estado del país. Sería absurdo pensar lo
contrario también en el caso de la exigencia de presentación con vida de los 43
normalistas de Ayotzinapa.
Lo comento porque una vez que pasen las fiestas
decembrinas y el año nuevo es muy probable que con base en cualquier pretexto
vuelvan a tomar el zócalo y lo llenen de puestos ambulantes. Entonces podríamos
hablar de dos zócalos, el que recuerdo de mi infancia, antes de aquel plantón
de 2006 que cambió por completo la relación entre el gobierno y la Sección
XXII; al que se podía ir a cualquier hora para disfrutar el fresco de los
laureles, leer el periódico o un libro en la sombra y tomar un café en los
portales. Y el zócalo de estos meses, convertido en tianguis, con el añadido de
los desperdicios que se generan cada día y hacen que caminar por él sea
insoportable.
De fondo la pregunta: ¿Quién gana con el plantón?
Después de siete meses no es descabellado pensar que algunos se hicieron ricos
cobrando el derecho de piso de lo que convenientemente se presenta como
protesta social y en realidad es un gran negocio. ¿Cuántas ganancias (millones
de pesos) se generaron sin pagar impuestos? ¿Cuántos empleados de los
restaurantes y tiendas de esta zona dejaron de percibir ingresos para sacar
adelante a sus familias?
Por lo menos hoy, me gustaría ver el corazón de Oaxaca
como mis recuerdos de niñez. Creer que la navidad no se va a ir y podremos
celebrar la vida en el primer zócalo, escuchando un concierto alrededor del
quiosco o conversando en familia con el anochecer sobre los portales. Por lo
menos hoy, podemos ir a la “Noche de Rábanos” y devolverle el zócalo a quien le
pertenece: la sociedad en su conjunto. Tal vez algún día la navidad dure todo
el año.
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