viernes, 9 de enero de 2015

Paz, las palabras y Ayotzinapa


“Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad”, escribía Octavio Paz en El arco y la lira. Lo retomo porque en los últimos días han cruzado el espacio público una cantidad de palabras abrumadora en relación con los lamentables hechos de Ayotzinapa. A raíz de esa tragedia que a mí me duele, los actores políticos y amplios sectores de la sociedad han dicho “Todos somos Ayotzinapa”. Al punto de que el presidente de la república en su anuncio de hoy sobre los cambios que promoverá después de la tragedia, hizo del lema su bandera.

Por supuesto que él no es Ayotzinapa, como no lo somos casi nadie de los mexicanos. Nosotros nunca hemos estado en la montaña viviendo, enseñando a niños que padecen desnutrición y caminan horas para llegar a la escuela; nosotros no sabemos que es enfrentarse a la condena pública de bloquear vialidades y cerrar negocios, menos aún, nosotros no sabemos lo que es desaparecer en medio de la nada por mandato de un grupo de sicarios sin el menor sentido de humanidad.

Por ello sorprende que el lema abandere a todos. Como invitación a la unidad no reprocho su efectividad, pero siendo sinceros hay un sesgo importante que debería convenirnos a asumir la situación con más realismo. Los líderes del Congreso y los presidentes de los partidos políticos no son Ayotzinapa, los gobernadores, los medios de comunicación incluidos sus jefes de redacción, conductores, reporteros y analistas, los profesores universitarios, usted que lee, no lo son.

El presidente ha dicho que el grito de “Todos Somos Ayotzinapa” es un llamado a seguir transformando a México y es ejemplo de que somos una nación que se une y se solidariza en momentos de dificultad. Pero sería más honesto decir que él no ha padecido lo que un estudiante de Ayotzinapa ni se imagina lo que significa estar en los zapatos de sus padres. Sería correcto reconocer los errores de su actual administración y hacer un ejercicio de autocrítica que eleve en un punto la credibilidad perdida de su gobierno. Eso sería un grito más justo ante el clamor de millones de ciudadanos que exigen seguridad y justicia.


Octavio Paz también señaló que “No sabemos en dónde empieza el mal si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro”. Y al parecer la realidad de México lo comprueba. 

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