Norbert Elias, uno de los
mayores sociólogos del siglo XX, afirmó alguna vez que “la desesperación por el
arrebatamiento de algo es la madre de la violencia”.
Al estudiar la violencia en
relación con el proceso de la civilización, Elias propuso un enfoque distinto
para entenderla. Comúnmente la gente se pregunta cómo es posible que se cometan
asesinatos o haya terroristas, pero la pregunta que debemos hacernos, según él,
es cómo es posible que tantas personas convivan pacíficamente en esta época. Cómo
convivir pese al odio, la ira, el enfrentamiento y la rivalidad. En este
sentido el monopolio de la violencia, como invención técnica de los seres
humanos, ha contribuido a nuestro pacifismo pero sigue siendo un arma de doble
filo, como la energía nuclear, puede servir para proteger o destruir.
La cosa se complica si
tomamos en cuenta que dentro de algunos países, además de los grupos violentos
legales, hay grupos violentos ilegales que hacen frente a los primeros.
Entonces nuestro pacifismo, por más que esté arraigado en la estructura de nuestra
personalidad, corre peligro. Es el caso de México.
La noticia reciente es que
en el simbólico primero de diciembre, a la exigencia de la aparición con vida
de los 43 normalistas de Ayotzinapa, se sumó la de la renuncia inmediata del
presidente de la república, que naufraga en medio del desprestigio internacional
de las instituciones de seguridad pública y procuración de justicia coludidas o
infiltradas por el crimen organizado. La manifestación de ayer transcurrió en
calma en la capital del país hasta que un grupo reducido de jóvenes causó
destrozos en algunos comercios del Paseo de la Reforma. ¿Qué los provocó?
Al analizar la historia
reciente de Alemania, específicamente la fragmentación del monopolio de la
violencia en la República de Weimar, Elias señala que jóvenes que habían ido a
la guerra con un alto grado de identificación con su país, se sintieron traicionados
luego de la firma del Tratado de Versalles que estableció su rendición. A
partir de entonces hubo un enredamiento en el sueño de esos jóvenes, que
creyeron otra verdad a la que arrojaba la realidad: Alemania no había sido
vencida.
Un momento. No estoy
equiparando a esos jóvenes con quienes causan destrozos en las manifestaciones
recientes. La historia que Elias analiza, por otra parte, nos enseña una
lección interesante: ante la falta de sentido del proyecto de país, algunos
jóvenes se retiran decepcionados de la sociedad y dejan de obedecer sus leyes.
Los invade un profundo sentimiento de abandono y en el camino buscan la
reparación del daño.
Lo que sigue es una señal de
alarma para el Estado que no tiene el monopolio de la violencia, hay grupos de
personas que asumen realizar el sueño mediante la violencia porque es imposible
realizarlo por medios pacíficos. Hay un escapismo
de la sociedad de la que ya no se sienten parte y sobreviene un
desmembramiento dentro del Estado.
La reflexión de Elias es
vigente para entender la situación que atraviesa México, no basta reaccionar
emocionalmente ante la tragedia aunque sea comprensible hacerlo. Lo más
importante es que haya instituciones para domar la violencia que, dicho sea de
paso, eviten el desmembramiento del Estado. Lamentablemente en México no se
sabe de qué lado están.
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