En la
segunda temporada de la exitosa serie “House of Cards”, Francis Underwood ya
convertido en vicepresidente de los Estados Unidos negocia obras de
infraestructura con un empresario chino cuyos nexos con el comité central que
gobierna su país le permiten intervenir en las altas esferas de la política
exterior pese a sus antecedentes de corrupción. En busca de sus propios
intereses, Underwood rompe la negociación con el millonario chino y le exclama
una frase que es digna de ser retomada: "Lo máximo que podrá comprar es
influencia. Pero yo ejerzo autoridad constitucional".
En México
la autoridad constitucional suele ser pisoteada por la influencia del poder. El
poder político amalgamado con el económico en manos de los grupos de intereses
creados. El caso que marcó la última parte del año fue la turbia licitación del
tren México-Querétaro cuyo impacto alcanzó al presidente de la república y su
esposa al descubrirse que un contratista: Juan Armando Hinojosa, vendió a
Angélica Rivera la mansión valuada en siete millones de dólares donde ha vivido
la familia presidencial antes que en la residencia oficial de Los Pinos.
Hinojosa fue uno de los empresarios que formó parte del consorcio que ganó la
licitación; uno más era el cuñado del ex presidente Salinas de Gortari, además
de una empresa de trenes china.
Por
televisión la primera dama explicó su relación con Hinojosa en lo que parecía
una actitud de indignación y enojo contra el reportaje que exhibió dicho vínculo.
Lo conozco como conozco a muchas personas, mencionó molesta. La casa la estaba
pagando con los ahorros de una vida de aparecer en pantalla en personajes de
telenovelas de Televisa, pocos protagónicos y melodramas sin ninguna
trascendencia, pero así se hizo de ella. El presidente, tal parece, nada tuvo
que ver. Él solo ejerce autoridad constitucional.
El
problema fundamental es que ya nadie cree que la autoridad funcione solo con
relación al conjunto de normas que regula la vida social. La gente no cree que
los funcionarios públicos puedan vivir en una casa que solo pueden comprar
millonarios chinos o artistas de Hollywood porque detrás de la compra hay un
crédito muy conveniente y una larga trayectoria de éxitos profesionales que
consolidan el patrimonio de una actriz como la esposa del presidente.
Basta
salir un poco de las ciudades, por ejemplo, a la sierra sur de Oaxaca, para
conocer de cerca las condiciones de vida de la mayoría de mexicanos. Algunos
viven sin los servicios básicos: agua potable, drenaje, luz y gas; otros
caminan horas para atenderse en un hospital de primer nivel, en donde a veces
les niegan el servicio porque no es el día de consulta o ya se saturaron las
citas. Mientras que muchos niños viven a expensas de los intereses de gremio de
los trabajadores de la educación, acostumbrados a dejar de enseñar para cerrar
vialidades, comercios o fundirse con el paisaje urbano del centro histórico de
la capital del estado e incluso de la capital del país.
Efectivamente,
la autoridad constitucional es mucho mayor que cualquier interés de grupo; de
ella deriva el uso legítimo de la fuerza pública. El año que se va la nación se
enteró, otra vez, de dos sucesos de horror: Tlatlaya y Ayotzinapa. En el
primero fue el ejército; en el segundo, la policía municipal y probablemente la
federal, como señala un reportaje publicado los últimos días por Anabel
Hernández en la revista Proceso. Los dos encendieron el ánimo social y
descubrieron el estado de cosas de la protección de los derechos humanos en
México: por los suelos. Nadie compró influencia. Las órdenes de matar civiles
fueran dadas por quienes ejercían autoridad constitucional.
En la
serie que mencioné al principio hay un ingrediente de intriga política que
tiene al espectador al filo del asiento. Al final todo apunta a que Underwood
junto a su alter ego y esposa, Claire, obtendrá lo que quiere y se convertirá
en presidente del país más poderoso al menos del mundo occidental.
Lamentablemente lo que los mexicanos vivimos en 2014 no fue el éxito de un gran
producto de Netflix, sino la cruda realidad. En ella no hay tanta intriga sino
mucho dolor. Y por eso dedico esta columna de fin de año a los familiares de
los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, cuyo número se repite en las pintas
callejeras y es un signo de nuestro tiempo, donde la influencia se compra y no
se gana con educación; donde la autoridad constitucional vale lo que una casa
en las Lomas de Chapultepec.
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