viernes, 9 de enero de 2015

Por los suelos


En la segunda temporada de la exitosa serie “House of Cards”, Francis Underwood ya convertido en vicepresidente de los Estados Unidos negocia obras de infraestructura con un empresario chino cuyos nexos con el comité central que gobierna su país le permiten intervenir en las altas esferas de la política exterior pese a sus antecedentes de corrupción. En busca de sus propios intereses, Underwood rompe la negociación con el millonario chino y le exclama una frase que es digna de ser retomada: "Lo máximo que podrá comprar es influencia. Pero yo ejerzo autoridad constitucional".

En México la autoridad constitucional suele ser pisoteada por la influencia del poder. El poder político amalgamado con el económico en manos de los grupos de intereses creados. El caso que marcó la última parte del año fue la turbia licitación del tren México-Querétaro cuyo impacto alcanzó al presidente de la república y su esposa al descubrirse que un contratista: Juan Armando Hinojosa, vendió a Angélica Rivera la mansión valuada en siete millones de dólares donde ha vivido la familia presidencial antes que en la residencia oficial de Los Pinos. Hinojosa fue uno de los empresarios que formó parte del consorcio que ganó la licitación; uno más era el cuñado del ex presidente Salinas de Gortari, además de una empresa de trenes china.

Por televisión la primera dama explicó su relación con Hinojosa en lo que parecía una actitud de indignación y enojo contra el reportaje que exhibió dicho vínculo. Lo conozco como conozco a muchas personas, mencionó molesta. La casa la estaba pagando con los ahorros de una vida de aparecer en pantalla en personajes de telenovelas de Televisa, pocos protagónicos y melodramas sin ninguna trascendencia, pero así se hizo de ella. El presidente, tal parece, nada tuvo que ver. Él solo ejerce autoridad constitucional.

El problema fundamental es que ya nadie cree que la autoridad funcione solo con relación al conjunto de normas que regula la vida social. La gente no cree que los funcionarios públicos puedan vivir en una casa que solo pueden comprar millonarios chinos o artistas de Hollywood porque detrás de la compra hay un crédito muy conveniente y una larga trayectoria de éxitos profesionales que consolidan el patrimonio de una actriz como la esposa del presidente.

Basta salir un poco de las ciudades, por ejemplo, a la sierra sur de Oaxaca, para conocer de cerca las condiciones de vida de la mayoría de mexicanos. Algunos viven sin los servicios básicos: agua potable, drenaje, luz y gas; otros caminan horas para atenderse en un hospital de primer nivel, en donde a veces les niegan el servicio porque no es el día de consulta o ya se saturaron las citas. Mientras que muchos niños viven a expensas de los intereses de gremio de los trabajadores de la educación, acostumbrados a dejar de enseñar para cerrar vialidades, comercios o fundirse con el paisaje urbano del centro histórico de la capital del estado e incluso de la capital del país.

Efectivamente, la autoridad constitucional es mucho mayor que cualquier interés de grupo; de ella deriva el uso legítimo de la fuerza pública. El año que se va la nación se enteró, otra vez, de dos sucesos de horror: Tlatlaya y Ayotzinapa. En el primero fue el ejército; en el segundo, la policía municipal y probablemente la federal, como señala un reportaje publicado los últimos días por Anabel Hernández en la revista Proceso. Los dos encendieron el ánimo social y descubrieron el estado de cosas de la protección de los derechos humanos en México: por los suelos. Nadie compró influencia. Las órdenes de matar civiles fueran dadas por quienes ejercían autoridad constitucional.

En la serie que mencioné al principio hay un ingrediente de intriga política que tiene al espectador al filo del asiento. Al final todo apunta a que Underwood junto a su alter ego y esposa, Claire, obtendrá lo que quiere y se convertirá en presidente del país más poderoso al menos del mundo occidental. Lamentablemente lo que los mexicanos vivimos en 2014 no fue el éxito de un gran producto de Netflix, sino la cruda realidad. En ella no hay tanta intriga sino mucho dolor. Y por eso dedico esta columna de fin de año a los familiares de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, cuyo número se repite en las pintas callejeras y es un signo de nuestro tiempo, donde la influencia se compra y no se gana con educación; donde la autoridad constitucional vale lo que una casa en las Lomas de Chapultepec. 

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