domingo, 19 de abril de 2015

Lila, la guerrillera

Lila Downs presentó su nuevo disco titulado “Balas y chocolate”. La provocación implícita en el título no responde al marketing, es una línea más del discurso de una artista que trasciende la inmediatez de la nota de espectáculos. Se convierte en líder de opinión. Durante los meses que sucedieron a la tragedia de Ayotzinapa usó en el antebrazo un paliacate negro con el número 43, la imagen fue de las pocas de algún artista con cobertura masiva que recordara los lamentables hechos de Iguala.

La consciencia social de Lila, nacida en Tlaxiaco, se pone de manifiesto en sus canciones con alegorías que no por cómicas dejan de ser realistas: “La cucaracha que ya no puede caminar/porque no tiene, porque le falta/la mariguana que fumar”. Su canción más famosa probablemente sea “La cumbia del mole” en la que le canta al cielo de Monte Albán, pero a lo largo de su trayectoria artística ha estado presente la canción de denuncia, lo mismo en el Auditorio “Guelaguetza”, al que cada que vuelve hace vibrar, que en la ceremonia de entrega del Oscar cuando cantó al lado de Caetano Veloso, o en el festival latino que acompañó la toma de protesta de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos. Muchas de sus letras reivindican discursos tradicionalmente marginales. Es como si le prestara su garganta a los-sin-voz.

Lila Downs nació en el convulso 1968, días antes de que el gobierno de Díaz Ordaz perpetrara el cobarde crimen masivo contra los estudiantes universitarios. Bajo ese signo nació y su trayectoria le ha sido fiel a la rebeldía, sin pretender con ello la fama. Esta ha sido una consecuencia natural de ser honesta. En 2006 no fue indiferente a la problemática que tuvo en vilo a la ciudad de Oaxaca y casi termina con la renuncia del gobernador Ulises Ruiz. Apoyó la causa de los grupos que la exigían y se manifestó contra la represión. Durante un tiempo estuvo fuera del estado, meses después reapareció en el Café Central, se echó un palomazo y declaró que nunca se fue, ella siempre, de alguna manera, está en Oaxaca.

El año pasado la escuché en el Zócalo de la ciudad de México cuando su concierto cerró el Festival Internacional del Centro Histórico. Su música, nuestra música, hizo que se me enchinara la piel de principio a fin. Lo mismo cuando cantaba versos al mezcal y dedicaba las canciones a Santiago Matatlán y a Sola de Vega ante decenas de miles de asistentes, que cuando entonaba “Palomo del comalito” precedida del canto Xochipitzahua  en lengua náhuatl, dedicados a las mujeres y hombres que viven del maíz, no solo porque elaboren tortillas, sino porque a veces no hay otra cosa que comer en sus casas. “Palomita vuela y dile que yo beso aquí sus manos”. Con la Catedral de fondo, en una noche fresca de primavera, los monos de calenda y las chinas oaxaqueñas de doña Casilda irradiaron el ánimo de las fiestas de Guelaguetza al exigente público capitalino conformado sobre todo por jóvenes.

El jueves pasado el Plaza Condesa, uno de los auditorios más exclusivos del DF, famoso por recibir a bandas extranjeras y complacer a la “gente bonita” que tiene mayor cercanía con sus artistas, estuvo a reventar. En la presentación de su nuevo disco, en el que canta a dueto con el colombiano Juanes “La patria madrina”, la gente no dejó de aplaudir a la guerrillera. “Hoy me levanté con el ojo pegado/Ya miré el infierno, ya miré las noticias/fosas, muertos, daño a madre naturaleza… Ambición, poder y a mí me agarró la depre”. La canción de denuncia que es más clara que muchas discusiones en los protocolarios salones del Senado de la República o la Cámara de Diputados.

En su nueva producción hay un mensaje más profundo que la simple crítica a la situación mexicana: El exhorto a repensar los ideales latinoamericanos que construyeron Bolívar y Martí, así como Vicente Guerrero. En el vídeo del nuevo sencillo aparecen personas vestidas de calaveras, pero también danzantes ataviados como guerreros prehispánicos. Jóvenes sosteniendo carteles con el #Yamecansé, que concatena más de cien motivos de indignación nacional. Otro cartel apunta: “Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho”. Al final de la canción, la oaxaqueña se da tiempo de cerrar con un: “Vivos se los llevaron y vivos los queremos”.

Lila Downs es un fenómeno, ya sea cuando en mayo próximo anticipe con su potente voz la Vela Sandunga en Tehuantepec, o cuando su voz atraviesa la fusión de jazz de sus excelentes músicos en el Lincoln Center de Nueva York. Las trompetas anuncian que la hija de Zapata, el que pena, está cantando; un vestido tapizado de mexicanidad desfila por el escenario, Lila domina al público nacional o extranjero. En 2013, cuando ganó el Grammy por su disco “Pecados y milagros”, casi al borde del llanto dijo que ella cree en el poder transformador de la música que mueve montañas. Yo creo que son las que ha visto moverse con el paso del tiempo en la Mixteca Alta. Yo votaría por Lila, la guerrillera.

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