André Derain, Regent Street. Metropolitan Museum of Art
Manuel Flores Quintero
es el burócrata más feliz del mundo. Cuando era niño soñó con trabajar en la
institución que a sus padres les permitió adquirir una casa, un automóvil y
tomar vacaciones en la playa: el instituto de servicios sociales para los
trabajadores de servicios sociales. Un momento, usted puede pensar que se trata
de un mal chiste, pero no, esa dependencia existe.
Manuel trabaja ahí.
Todos los días se levanta a las ocho de la mañana y aunque entra a las nueve,
llega cerca de las diez porque hay un acuerdo tácito en su departamento para
entrar tarde sin que nadie sufra descuento en sus percepciones. Cuando llega a
su oficina, se prepara una jarra de café y se sienta a leer el periódico. Así
hasta el mediodía cuando visita religiosamente las oficinas de sus subalternos.
Ocupa solo dos o máximo tres horas para sacar sus pendientes: elaborar un
informe pormenorizado de las noticias sobre conflictos sociales que entrega por
escrito a su jefe, que a su vez tiene un jefe y así sucesivamente hasta que cae
en el escritorio del subdirector del instituto, que, por si usted lo dudaba,
nunca lee ese mamotreto de hojas.
Manuel sale de trabajar
a las tres y toma el camión institucional para ir a su casa. Una vez que llega,
se desviste, se lava la cara, se acuesta y ve telenovelas toda la tarde. Ah, si
me preguntan qué come, es lo de menos, a veces se prepara una sopa instantánea,
otras veces mete al microondas una pizza prefabricada o bien come donas y bebe
refrescos. Por supuesto, no estamos ante una persona que cuide su salud y mucho
menos su aspecto, pero ninguna de las dos cosas parece preocupar mucho a quien
se declara el burócrata más feliz del mundo.
Lleva 15 años con la
misma rutina. Los fines de semana no son tan diferentes, se añade alguna salida
al cine o la renta de películas que puede ver hasta tres veces con tal de
ahorrarse algún dinero. No tiene pareja, no la ha tenido desde que a los 18 años
la única mujer de la que se enamoró le dijo que era un gordo sudoroso y tonto.
Así que su vida transcurre de forma monótona pero no por ello infeliz. Manuel
insiste en que es una persona plena. Cuando le cuestiono qué lo hace sentir
bien, me dice que es suficiente con tener un trabajo bien remunerado. Eso en
estos tiempos es más importante que cualquier familia y cualquier expectativa
de futuro, se ufana.
Podrán pensar que
Manuel Flores Quintero es flojo, pero no es así. En realidad, pone todo su
empeño en realizar el análisis más meticuloso posible de los 12 diarios que
cotidianamente se reciben en el instituto, excepto claro los días festivos que
se pagan doble. Lee mucho. No solo la sección nacional y de los estados, sino
todas y cada una, incluso los clasificados, porque quién sabe si en la venta de
algún coche de segunda mano o en los servicios de masajes de alguna señorita se
esconda la estrategia de una acción subversiva
por parte de algún movimiento social. Él se sorbe el periódico como un
niño que descubre por primera vez el refrescante y burbujeante sabor de una
coca cola.
Anoche recibí una
llamada de sus padres. Hace mucho que no tienen contacto con él. Se
distanciaron cuando consiguió un lugar en el sindicato que desde entonces pasó
a ser su segunda familia. Con mucha tristeza, primero su madre, Lucía, después
don Manuel, su padre, me informaron de la muerte de sus dos hermanas en un
accidente de avión. Mientras se dirigían a visitarlos a la península de
Yucatán, el avión se cayó en el Golfo de México sin que sobreviviera nadie.
Quieren que yo le dé la noticia, que le diga que sus únicas hermanas partieron
a un más allá que por lo menos inicialmente no está en el cielo sino en lo
profundo del mar.
Con mucho nerviosismo enfrento
a Manuel. Con pena en lo profundo de mi corazón le doy el pésame y le digo que
cuenta conmigo para lo que necesite. Siento deseos de darle un abrazo, pero no
tengo el valor suficiente ni la confianza para hacerlo. Solo me quedo con la
cabeza agachada, el rostro desencajado, una mueca sin ningún significado en el
rostro. Por fin, se dirige a mí, me cuenta que hoy en el trabajo subrayó más
noticias que en todo lo que va del año. Su informe por fin llegó a las 20
páginas, cifra record si tomamos en cuenta que normalmente no llega a más de
cinco. Poco a poco su semblante se alegra, como el de un niño gordo que ha
comido muchos chocolates prohibidos durante mucho tiempo.
No doy cabida a lo que
veo. Un hombre completamente despreocupado por su familia, por sus muertas y
por sus vivos, un tipo sin la menor sensibilidad por el dolor ajeno, propio, importante,
pero no sé qué decir; no estoy preparado para exhortar a alguien que acaba de
perder a dos seres tan cercanos y queridos aunque no se inmute, aunque no
parezca sentir el menor sentimiento de tristeza o dolor. Me quedo callado,
asiento con la cabeza cada que insulta a sus compañeros de departamento cuya
falta de entusiasmo en lo que hacen es imperdonable, según él, para los altos
fines del Estado.
Sin querer, acepto la
pizza individual con papas que me ofrece y después brindamos con refresco por
el bono que recibiremos esta semana por concepto del día del padre. El
sindicato argumentó que resultaba tan engorroso comprobar quiénes eran padres,
que prefirieron dárnoslo a todos los hombres.
Hoy no fue a trabajar Manuel, probablemente haya ido a visitar a sus padres o quizá ellos dieron con él, se habrán reconciliado después de todo. Hoy nadie echó de menos su figura regordeta bebiendo café. El burócrata más feliz del mundo se tomó un descanso. Uno de los diez descansos a los que tiene derecho en el año para que no le descuenten ni un centavo de sueldo. Es curioso que ya haya gastado los otros nueve. Es curioso que hoy no circule el periódico.
Hoy no fue a trabajar Manuel, probablemente haya ido a visitar a sus padres o quizá ellos dieron con él, se habrán reconciliado después de todo. Hoy nadie echó de menos su figura regordeta bebiendo café. El burócrata más feliz del mundo se tomó un descanso. Uno de los diez descansos a los que tiene derecho en el año para que no le descuenten ni un centavo de sueldo. Es curioso que ya haya gastado los otros nueve. Es curioso que hoy no circule el periódico.
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